Una historia de dualidades donde la guerra enfrenta al deber militar con la moral personal.
En Stalingrado, Kurt Steiner resiste la deshumanización mientras Tomas von Vilshofen lucha entre el amor y el horror.
En Berlín, François Morliguen presencia la caída de un régimen y la furia del Ejército Rojo.
El invierno de 1941 no había sido un simple enemigo; fue un asesino silencioso, un escuadrón invisible de frío y desesperación que desgarró al ejército del III Reich en los vastos páramos de Rusia. Pero en junio de 1942, con la nieve derretida y la maquinaria de guerra renovada, Hitler lanzó un nuevo asalto. Esta vez, los ideales se hicieron a un lado: la meta no era la gloria, sino el petróleo. Ese oro negro escondido en los campos del Cáucaso del Sur era la clave para mantener el monstruo bélico en marcha. Fall Blau, o el Plan Azul, sonaba como el título de una sinfonía serena, pero el telón de fondo de esta composición sería Stalingrado, y sus notas se escribirían con fuego, sangre y acero.
En este escenario, el soldado Kurt Steiner caminaba como un fantasma entre los vivos. Su «crimen» había sido rechazar el saludo nazi, y su castigo lo había enviado al purgatorio de un batallón disciplinario. Allí, en las entrañas de la batalla, no disparaba armas ni conquistaba tierras: cavaba tumbas para compañeros caídos y desplegaba alambres de púas, como si tejiera una mortaja para el mundo.
Pero la llegada de un tren cambió el equilibrio de ese infierno. Descendieron de él soldados jóvenes y veteranos, comandados por el teniente Tomas von Vilshofen, un hombre con la promesa de un futuro que no encajaba en el horror del presente. Von Vilshofen había jurado a Martha, su prometida, que volvería pronto, que la guerra no sería más que un capítulo breve en su historia de amor. A su lado estaba el sargento Max Dinger, cuyo corazón estaba en una granja lejana, preocupándose por su esposa, sola entre tres prisioneros franceses.
Stalingrado no sería solo un campo de batalla. Sería un espejo cruel, donde hombres como Steiner, von Vilshofen y Dinger se enfrentarían no solo al enemigo, sino a ellos mismos. Sus sueños, miedos y almas serían puestos a prueba en una ciudad que devoraba todo, excepto el eco de los gritos.